Sent: Tuesday, May 20, 2003 3:22 AM
To:
Subject: The Hours
Mis estimados:
Desde hace varias semanas he estado siendo perseguido por el deseo de escribirles un mensaje para comentarles un poco la fortísima impresión que me dejó la película The Hours (Las horas). Lamentablemente diversos factores me habían impedido concretizarlo. Entre esos factores estaban la escasez del tiempo y la visita de Morfeo (el señor y amo de los sueños) a estas horas de la madrugada (que son las horas que frecuento el espacio cibernético), venciendo mi voluntad y deseo. Sin embargo, quizás el factor más importante era que simplemente no sabía con claridad qué exactamente plasmar en este mensaje.
Hoy, empero, con la ayuda de una dosis de chocolate caliente (una de mis debilidades) cerca del mediodía, que me ha dejado todo el día entero hiperactivo, parece que por fin toma forma el mensaje.
Existen películas que cuando acabo de verlas me dejan impactado y pensativo por un buen rato, sentado en la butaca de la sala del cine, sin deseos de salir de la sala. Son películas que de alguna manera me tocan profundamente. Películas como The Mission (La misión), Gandhi, Shine, Schindler’s List (La lista de Schindler), Moulin Rouge, etc. El impacto que describo se puede manifestar igualmente en el contacto con otras manifestaciones artísticas. Así, ese mismo tipo de impacto se percibe ocasionalmente cuando uno tiene la dicha de haber presenciado una gran interpretación de una pieza musical en una sala de concierto, solo que en esos momentos uno no se queda pensativo y callado, sino que se levanta de su asiento y aplaude con vehemencia, como deseando descargar la emoción percibida y contenida dentro de uno. No he tenido la fortuna de encontrarme con una pintura que me cause un impacto tan profundo y conmovedor que casi me haga llorar (como he leído que pasan con algunas personas, pero no he sido uno de esos afortunados). No lo hizo ni siquiera la Guernica de Picasso.
Recientemente pasaron por nuestras salas dos de esas películas. La primera de ellas fue The Pianist (El pianista) del afamado director polaco-francés Roman Polanski, en una función de una sola noche, hace poco más de dos meses, de un sábado en el pasado Festival de Cine de Santo Domingo. Lamentablemente la película aún no ha llegado a las salas comerciales del país. Si en alguna ocasión tienen la oportunidad de verla, no la dejen pasar. Es realmente un gran tributo al espíritu humano, basado en una historia real, con bellísimas piezas musicales de Chopin, a parte de mostrar hasta dónde puede conducirnos la intolerancia de los hombres. Es otra película que fácilmente la vería una o dos veces más.
La otra película fue The Hours, la cual vi un total de cuatro veces (!) en las seis a ocho semanas que estuvo proyectándose en las salas de estreno de Santo Domingo. Pensarán que soy ridículo, pero amén, si ustedes han recibido este mensaje es porque son amigos míos de confianza y no temo que vayan a pensar que soy ridículo.
¿En qué consiste esa especie de fascinación que me provocó la película The Hours? En su bellísima música (creo que original para esa película), usada magistralmente para dramatizar muchas escenas. Su extraordinario (en la acepción fuera-de-lo-ordinario) libreto y montaje (edición), con las escenas de las tres historias entrelazadas fluidamente. Las brillantes actuaciones de las tres actrices principales. Pero por encima de todo eso, creo que la película contiene escenas y diálogos que impactan profundamente y/o que llaman a la reflexión seria (por lo menos ocurrió conmigo).
La primera escena que me fascinó fue la de Virginia Woolf junto a su sobrinita realizando el «funeral» de la pequeña ave. La parte final de esa escena, con Virginia Woolf recostándose en el suelo y viendo a la difunta ave, dramatizada con el excelente tema musical de la película, muestra a la gran escritora compasiva (y quizás extraordinariamente sensible), cual tratando de comunicarse con el alma de la criatura (o quizás con Dios), mientras su hermana y los niños, ocupados en juegos triviales, permanecen totalmente ajenos a su introspección. La segunda escena fue la que se desarrolló en la estación del tren entre Virginia Woolf y su esposo. Las palabras que salieron de los labios de Nicole Kidman, interpretando a la escritora desgarrada por la existencia hiper-llana de Richmond, declarando finalmente que si tuviera que elegir entre esa vida y la muerte, preferiría esta última, tocan hondamente a las fibras. La escena concluye con unas palabras sabias: «You cannot find peace by avoiding life» («No puedes encontrar la paz evitando la vida»). La otra escena que deja mucho que pensar fue la escena de la Sra. Dalloway (Meryl Streep) con su hija, cuando le cuenta que en sus visita a Richard (el poeta) se siente llena de vida, pero a la vez percibe que éste le lanza esa mirada como diciéndole «Your life is so trivial» («Tu vida es tan trivial»), llena de cosas diarias, rutinarias. ¿No es eso realmente atemorizante que la vida de uno solo consista de esos detallitos rutinarios, sin rumbo, ni objetivos por los que verdaderamente valgan la pena luchar?
A mí se me hizo incomprensible que Chicago haya ganado el Óscar a la mejor película por encima de The Hours, y también de The pianist y hasta de Gangs of New York (con el perdón de M.). Me resulta aún más extraño por el hecho de que Moulin Rouge no haya ganado el año pasado (perdonen ahora L. y M.O.), siendo, para mí, una mejor película que Chicago.
Bueno, ya es suficiente, y paro ahora mis divagaciones a estas horas de la madrugada. Si algunos de ustedes tienen comentarios u opiniones, ¡sean estos bienvenidos!
Imagen
Virginia Woolf a sus 20 años. Foto por George Charles Beresford (1902). Fuente: Wikimedia Commons
http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:VirginiaWoolf.jpg