A veces tenemos prisa por llegar. Bastante prisa. Tanta que quisiéramos que nuestro vehículo se elevara unos metros ―al estilo batimóvil o las naves de La guerra de las galaxias― y vuele directo hasta nuestro destino. Como se elevaría a una altura diferente autorizada para cada vehículo, no encontraría obstáculos ni chocaría con otros.
Por cuanto eso no es aún posible en este planeta Tierra con la «atrasada» tecnología de principios de siglo XXI, en vez de eso quisiéramos que los demás vehículos y transeúntes se apartaran automáticamente de nuestro camino, tan pronto estén en el horizonte de nuestro vehículo, tal como las presas asustadas que esquivan a sus cazadores.
Naturalmente, eso tampoco sucede siempre. Existe la posibilidad de aplicar la filosofía de Maquiavelo: arrastremos todos los que se interpongan en nuestro camino, que allá vamos sin detenernos, sin pisar frenos. El fin justifica los medios. Bueno, para eso se necesitaría un supercoche que combine la fortaleza de un tanque blindado de guerra con la velocidad de un auto de Fórmula I. El problema es que tal vehículo aún no existe. Y de existir, el inconveniente sería que tendríamos que elegir una de las siguientes posibilidades: vivir en una selva sin ley, tener contratado un costoso equipo de brillantes abogados para sacarnos de los apuros legales, o estar dispuestos a pasar un largo tiempo detrás de las rejas.
Entonces le toca el turno a esta otra fantasía: si tan solo tuviésemos un auto de Fórmula I, pero (y esto sí que no puede faltar) hecho de material indestructible, recubierto de componentes amortiguadores (para la protección en los choques, aligerando las sacudidas y evitando las traumas indeseadas), que pueda transportarnos sin detenerse, sin la necesidad de esquivar los «necios» vehículos o transeúntes que aparezcan en nuestras rutas. Como los otros vehículos también estarían recubiertos de esos amortiguadores hechos de material «inteligente», indestructible y altamente flexible, choques por aquí, choques por allá, nunca causarían daños, solo pequeñas vibraciones, menos perceptibles que las sacudidas de los aviones.
Esa posibilidad, claro, existe actualmente solo en la fantasía. Y de existir la tecnología, esa solución tampoco parece ser demasiado inteligente. Mejor aún serían los coches guiados automáticamente por computadoras, que negocian automáticamente unos con otros para darse pasos mutuamente de acuerdo a las prioridades de los pasajeros. Si varios vehículos tienen pasajeros con la misma alta prioridad, automáticamente el primero recibirá la preferencia, o se pudiera establecer otros criterios para determinar las preferencias en tales circunstancias.
Para llegar a eso nos faltan aún muchos años. Mientras tanto existe esta otra posibilidad que es mucho más factible: nos convertimos en el superconductor, el superhumano, el más habilidoso, el más ágil, el que tiene la mejor vista, con los sentidos más alertas. ¿Imprudencia, choques? Qué va. Ni los mencionen. No chocaríamos contra esos «obstáculos indeseables» (es decir, los otros vehículos, los transeúntes, algunos animalitos o animalotes, unos cuantos árboles, etc.) porque con nuestra habilidad de superconductor claro que siempre podremos rebasarlos sin peligro o esquivarlos a tiempo, sin importar nuestra soberbia velocidad. Y que conste que no es por vanidad que manejamos a esa velocidad exagerada y extravagante, ni por el deseo de sentirnos superior a los demás conductores (o ¿será que es por eso?) Tampoco mencionen que es por el deseo de impresionar a los otros. O que nos hartamos de tantos embotellamientos y tantos vehículos en las calles. Nada de eso. Es sencillamente que tenemos la «necesidad» de transitar rápido para llegar rápido. Quizás se nos olvidó que teníamos que salir a tiempo; quizás valoramos mucho nuestro tiempo ―tanto que lo sobrevaloramos― y no deseamos «desperdiciarlo»; quizás ya estamos cansados y queremos llegar pronto para descansar. O quizás estamos simplemente divirtiéndonos con la velocidad, o echando una carrera de autos con amigos en plena calle, para liberar la adrenalina y sentir excitación. O quizás nos cae mal la lentitud o el aspecto del conductor del vehículo que va delante de nosotros, y necesitamos dejarlo atrás. Muchos otros quizás…
Quizás sí pasamos por alto que mientras nuestro ego, capricho y fantasía navegan por esas esferas, seguimos siendo humanos, simples humanos. Quizás también nos olvidamos de que cada vida humana es única e irrepetible, demasiado invaluable para arriesgarla tontamente. Y quizás sea ya demasiado tarde cuando nos recordamos de todo eso [1].
Nota
[1] Lamentamos mucho el trágico accidente automovilístico ocurrido hoy viernes, 15 de agosto de 2008, en la carretera La Romana-Higüey, en la zona este de la República Dominicana. Lo expresado en este texto no pretende, de ninguna manera, indicar, insinuar o especular sobre el posible origen del trágico suceso.
Imagen
Batimóvil de los años 1960. Fuente: Wikimedia Commons
http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:1960s_Batmobile_(FMC).jpg
Friday, August 15, 2008
Las fantasías del conductor
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2 comments:
Es que el superhumano aún no existe o está muy escondido y eso acarrea diversos inconvenientes en todas las esferas de la vida que nos atañen... Bueno... así son las cosas, habrá que armarse de paciencia y de prudencia.
Hola Yahuan:
Creo que sí necesitamos esa paciencia y prudencia, pero no solo debido a la falta del superhumano, sino para poder lidiar y tolerar a aquellos que sin serlos pretenden o piensan que son superhumanos.
¡Saludos!
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