El siguiente texto fue escrito originalmente por el autor como parte de un mensaje electrónico enviado a varios amigos el lunes pasado, 29 de octubre de 2007. Fue parte de un interesante intercambio de ideas en el que se trataron varios temas, incluyendo a Roma y sus emperadores. El texto fue ligeramente editado para ser presentado en forma independiente.
El Imperio Romano y sus mejores emperadores
Roma como imperio empezó con el reinado de Octavio Augusto a partir de 30 a.C. cuando quedó solo en el poder, hasta su muerte en 14 d.C. A la muerte de Teodosio I el Grande (379-395 d.C.), considerado el último emperador del Imperio Romano unificado y quien junto a Graciano estableció el cristianismo como su religión oficial (en 380 d.C.), empieza la evolución separada del Imperio Romano de Oriente y Occidente. Arcadio y Honorio, ambos hijos de Teodosio, fueron sus primeros emperadores. La división administrativa del imperio en Oriente y Occidente ya era un hecho vigente en la práctica a partir de Dioclesiano (245-316 d.C.), pero con la muerte de Teodosio la historia de ambos lados del imperio se separa definitivamente. El Imperio Romano de Oriente, conocido luego como el Imperio Bizantino, floreció y duró hasta 1453 d.C., pero el de Occidente decayó rápidamente y terminó el 4 de septiembre de 476 d.C. con Rómulo Augusto como su último emperador.
Analizando sobre el tema de los mejores emperadores de Roma, a Octavio Augusto sin dudas no se le puede disputar el sitial de honor (“medalla de oro”). Fue un genio político que, tras derrotar con las armas a Marco Antonio en la batalla de Actium (31 a.C.) y en Alejandría (30 a.C.), logró a través de maniobras y negociaciones –sin uso de violencia- que el Senado y el pueblo le concediera el poder vitalicio absoluto. Consolidó el sistema y no se corrompió con el poder absoluto, sino que gobernó con moderación, sabiduría y dio inicio a la Paz Romana.
La estatura de sus sucesores inmediatos distaba mucho de la magnificencia de Augusto. La virtud en los emperadores retorna con el reinado corto de Nerva (96-98 d.C.), con el inicio de lo que el historiador Edward Gibbon llamó la era de los Cinco Buenos Emperadores, y otros consideran la Edad de Oro del Imperio Romano:
Nerva (96-98 d.C.)
Trajano (98-117 d.C.)
Adriano (117-138 d.C.)
Antonino Pio (138-161 d.C.)
Marco Aurelio (161-180 d.C.)
Fue una sucesión de cinco personas virtuosas, algunas bastante cultivadas, que ostentaron el poder absoluto, pero lo usaron con moderación, virtud y sabiduría. Ellos conforman también la Dinastía de los Antoninos (aunque Nerva no era de esa familia), que también incluye a Lucio Vero (161-166 d.C.), co-emperador con Marco Aurelio, y Cómodo (180-192 d.C.), hijo y heredero de este último, pero distante en sabiduría y virtuosidad del resto de los Antoninos.
En mi opinión Trajano, nacido en Hispania (España), cerca de la actual Sevilla, merece la “medalla de plata” después de Octavio Augusto. Bajo su mando el Imperio Romano logró alcanzar su máxima extensión territorial. Le tocó también tomar la iniciativa y responsabilidad de hacer la transición, ya iniciada por Nerva, de la forma de gobierno autoritaria de la Dinastía Flavia hacia una de mayor moderación y respeto por los derechos. Estableció la política, respetada hasta Marco Aurelio, de no perseguir activamente a los cristianos, a menos que estuviesen profesando públicamente su fe. Fue un emperador altamente estimado por sus contemporáneos (llamado Optimus - Óptimo) y la revisión de la historia a través de los siglos no ha disminuido el consenso sobre su virtuosidad. La frase “felicior Augusto, melior Traiano” (“más afortunado que Augusto y mejor que Trajano”) fue empleado posteriormente por el Senado para saludar a todos los nuevos sucesores de Trajano. Incluso Santo Tomás de Aquino, siglos más tarde, lo consideró un ejemplo de pagano virtuoso.
La tercera posición (“medalla de bronce”) va, en mi selección personal, compartida para Adriano (sobrino de Trajano) y Marco Aurelio (el conocido emperador filósofo estoico, sobrino-nieto de Adriano). Ambos seres bastante virtuosos y extremadamente cultivados.
Antonino Pio fue también un gran emperador, y sería el siguiente en la lista. Adoptado por Adriano como su sucesor, respetó la expresa condición de Adriano de que la siguiente sucesión debía recaer en forma compartida sobre Marco Aurelio y Lucio Vero (hermano adoptivo de Marco Aurelio y casado con su hermana). Este co-reinado de Marco Aurelio y Lucio Vero es algo poco conocido comúnmente.
Al virtuoso emperador-filósofo Marco Aurelio lamentablemente le tenemos que atribuir su falla al nombrar de sucesor a su hijo Cómodo, quien distó mucho de la estatura de sus antecesores inmediatos. Pero la pregunta sería ¿había otro candidato idóneo a la vista? Realmente no lo sé, ni he investigado. Otra mancha en el reinado de Marco Aurelio: Se produjo la sangrienta persecución de los cristianos en Lyon, Francia (177 d.C.), contradiciendo la política establecida por Trajano. Al emperador no se le atribuye responsabilidad directa, pero no hizo nada para frenarla. Un posible origen de la persecución fueron los brotes de pestes en el imperio, que conllevó a Marco Aurelio a pensar que fueron originados por prácticas sacrílegas contra las creencias romanas.
La excelente película El Gladiador (2000), que la volví a ver por TV por Cable hace unos meses, se inspira en los últimos momentos de Marco Aurelio y el reinado de Cómodo, pero contiene varios elementos ficticios: La figura del general Maximus (Russell Crowe) es inventada; no existen indicios de que Cómodo “aceleró” la muerte de su padre asfixiándolo; y lo más importante: tampoco hay registros que indican que Marco Aurelio quiso otorgar su sucesión a otra persona, ni que deseaba que Roma retornara a una República.
Lecciones de su historia
Más que buscar y conocer detalles/datos concretos de eventos particulares de la historia del Imperio Romano, sería bastante interesante preguntarnos: ¿En una visión más general (“the big picture”), qué nos puede enseñar su historia?
A parte de la similitud con los EUA de la modernidad (que sería un tema extensísimo y no deseo tocar ahora), lanzo la siguiente consideración:
Roma evolucionó hacia la concentración del poder absoluto (con Octavio Augusto) sin grandes imposiciones ni uso de la fuerza. Augusto incluso quiso una vez renunciar y devolver sus poderes al Senado y la petición fue rechazada. Había el temor de retornar al caos hacia el cual desembocó el sistema republicano de dos cónsules simultáneamente. Existía un consenso general de que se necesitaba una persona única al mando y que la persona adecuada era Augusto. Y aunque inicialmente sus títulos (y los poderes que se derivaban de ellos) fueron temporales, renovables cada cierto número de años, poco a poco, con el apoyo de todos, se convirtieron en vitalicios. Octavio Augusto reciprocó la confianza que se le depositó y fue un gran estadista, uno de los más grandes de la historia. Sin embargo, la gran mayoría de sus sucesores no se mostraron dignos de semejante confianza. Seguramente muchos de los que propugnaron y apoyaron la concentración del poder en la figura del emperador, y sobrevivieron al largo reinado de Augusto, sintieron posteriormente que cometieron un error (lo mismo que las generaciones siguientes de romanos).
El problema central fue la instauración y legalización de un sistema que concentrara su poder en una persona única. Se asemeja a lo que resultaría de acatarse una opinión que cada cierto tiempo escuchamos: Que es mejor un dictador bueno que una democracia desorganizada. Pudiera ser que tengamos buena suerte y la persona seleccionada para ser el “Dictador Bueno” sea virtuosa y llene las expectativas. Pero recordemos también que las personas pueden ser corrompibles y su carácter igualmente puede cambiar con el tiempo y las circunstancias. ¿Cómo procederíamos? ¿Armar una revolución cada vez que el “Dictador Bueno” se transforme en un “Dictador Malo”?
Y aún cuando la persona cumpla a feliz término su “virtuosa dictadura”, el sistema ya está instaurado, ¿a quién le tocaría regir en la siguiente dictadura? ¿Existiría necesariamente alguien con la virtud, sabiduría y ecuanimidad suficiente para asumir esos poderes dictatoriales por un tiempo indefinido? Me temo que no hay garantías de ello.
Legado
El legado de Roma es otro largo tema. Sólo copio a continuación un comentario general que escribí recientemente en el blog “Los Diletantes”:
Sin dudas, la civilización occidental tiene sus raíces en la Grecia antigua. En cuanto al desarrollo en las artes, filosofía, ciencias, literatura, los griegos fueron superiores y más originales. Sin embargo, no es concebible la civilización occidental sin incluir los aportes de Roma, no solo en su rol en la preservación de la herencia griega, sino también por sus propios aportes. El derecho, la ciencia de la administración pública, la ingeniería (la maravillosa red de carreteras, los acueductos, etc.), el arco en la arquitectura, etc.
La búsqueda contemporánea del conocimiento en las fronteras de las ciencias, sobre el origen del universo, sobre el genoma humano, o los viajes de exploración espacial, pueden quizás tener sus raíces en la curiosidad de la Grecia Clásica. Pero pienso que, de igual manera, la aplicación práctica de los conocimientos, los avances tecnológicos, las maravillas de la ingeniería moderna, deben mucho a la mente práctica de los romanos.
…..aunque los romanos no tuvieron el talento y/o el interés de los griegos (muy específicamente de la Grecia de Atenas) por las teorías filosóficas y políticas, y no formularon teorías sobre la democracia o hasta formas de gobierno, se rebelaron contra los tiranos y formaron su República 500 años antes de Cristo, mucho antes de su conquista de Grecia (a partir de 146 a.C.). No era una democracia propiamente dicha, pero una forma de gobierno con poder no hereditario.
Foto: Coliseo Romano
Fuente: Wikimedia
http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Colosseum_in_Rome%2C_Italy_-_April_2007.jpg
Thursday, November 1, 2007
Roma y sus emperadores: ¿qué nos pueden enseñar?
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