Wednesday, February 4, 2009

El espacio para la Esperanza y el Optimismo

Esta entrada estaba originalmente proyectada para ser la tercera y última de la serie Reflexiones del inicio del 2009, pero ya el 2009 tiene más de un mes de edad y resulta inoportuno incluirla dentro de esa serie. He cambiado pues el título original, pero no el tema.


El espacio para la Esperanza y el Optimismo


Una dramática escena de la serie televisiva Raíces (Roots) ha permanecido siempre en mi memoria. Cuando Kunta Kinte, el personaje central, es capturado con cadenas por los traficantes de esclavos, lucha tenazmente por liberarse y se esfuerza por zafarse de las cadenas. Su cara refleja una gran agitación, pero todo su intento es en vano. Finalmente se da cuenta de lo inútil de su resistencia y se rinde. Cesa su lucha, se arrodilla, llora (así lo recuerdo), se resigna. Angustia.

En mi percepción personal, lo más triste de la escena no es la captura de un ser humano libre para esclavizarlo ―hecho indiscutiblemente abominable―, sino la resignación de Kunta, un ser libre que se da por vencido. Se resigna ―al menos por ese momento― y se somete a la voluntad de su destino, manipulado en este caso por otros.

Muchos de los que han tenido perritos como mascotas posiblemente recuerden esos días iniciales en que se amarra al cachorro. Se resiste al principio. Protesta: ladra, gime, gruñe. No obtiene resultados. Lucha: muerde la cadena y trata de zafarse del collar. Todo en vano. Luego de un tiempo, llega finalmente la resignación. Es lo que sus amos desean. Situaciones parecidas se presentan cuando se doma a los caballos y los animales de circos.

Los escenarios anteriores no son comparables, pero en el fondo hay un tema en común en todos ellos que me inspira una misma tristeza: ver a un ser vivo libre resignarse, dejar de luchar, someterse a la voluntad de otros. La esperanza fue perdida y continuar la lucha ya no tenía sentido.

Esa desesperanza es la que menos debemos dejar que aflore ahora y prevalezca en nuestro entorno inmediato, en nuestra sociedad y en el mundo.

Hace dos décadas, el mundo recibió con gran regocijo el final de la guerra fría, en un momento en que las calamidades de las guerras mundiales ya eran recuerdos de la historia. Llegó entonces el nuevo milenio cargado de promesas y esperanza para la humanidad. Se respiraba optimismo. Una paz perdurable y un continuo progreso económico global parecían posibilidades reales. Incluso alguien proclamó «el fin de la historia». Desafortunadamente, en pocos años el mundo ha cambiado nuevamente de manera radical.

Desde hace unos meses, el panorama económico mundial luce bastante nebuloso. Al parecer, pocas las naciones estarán inmunizadas contra los efectos de la crisis económica. Alrededor del mundo, muchos seres humanos sienten incertidumbre. A todo ello se suman los diversos conflictos bélicos que no acaban y las latentes amenazas terroristas, que ya datan de hace varios años. Todavía en esta primera década del siglo XXI tenemos un genocidio en curso. Y falta aún el consenso mundial (y la voluntad) para enfrentar decididamente el tema del cambio climático. Muchos se sienten como víctimas impotentes de fuerzas fuera de su control, o marionetas manipuladas por las «manos invisibles» del destino.

Los pesimistas perennes posiblemente estén pensando que los hechos les han dado la razón. Desde que los «ingenuos e ilusos» filósofos de la Ilustración creyeron en el siglo XVIII en la posibilidad de una humanidad cada vez más perfeccionada a través del conocimiento y la razón, y un progreso continuo en el mundo, muchos hechos posteriores parecen haber mostrado lo contrario. Llegaron las guerras napoleónicas, y la revolución francesa de transformó en otra cosa. Ya en el mismo siglo XIX tuvimos las crisis económicas de gran escala. El siglo XX tuvimos las dos guerras mundiales, la Gran Depresión, el nazismo y el fascismo; surgieron los campos de concentración, Auschwitz, los genocidios; aparecieron las armas nucleares y tuvimos a Hiroshima y Nagasaki; vino la desastrosa revolución cultural en China que cobró incontables víctimas inocentes; y el experimento del comunismo fracasó rotundamente, y dejó en su paso dictaduras, gulags y más víctimas. Hubo destrucciones causadas por humanos a una escala sin precedentes, a pesar de que también experimentamos avances a un ritmo nunca antes visto en la historia humana.

¿Queda realmente espacio para la esperanza y el optimismo? ¿Es válido todavía el idealismo al estilo Obama? ¿Sería que aquellos pesimistas con respecto a la naturaleza humana, que se mofan de la «ingenuidad» de los filósofos de la Ilustración, tienen después de todo la razón?

De ninguna manera creo poseer una respuesta absoluta para eso; tampoco pienso que nadie lo tenga realmente. No obstante eso, y a pesar de que otras voces mucho más autorizadas que yo piensen lo contrario, prefiero alinearme con el lado de la esperanza y el optimismo, y creer en que poco a poco, con el aporte de todos, nuestra humanidad va a cambiar y evolucionar hacia un mejor estado. Estoy consciente de que existen ideales o metas que por más esfuerzos que les dediquemos no los alcanzaremos en nuestras vidas, pero también creo que si no intentamos, nunca llegarán. Si hoy día muchos ideales y metas ya han sido alcanzados es porque en el pasado muchos también les dedicaron esfuerzos, sin alcanzar a ver los frutos en su vida. Nuestro tributo a los que nos antecedieron es hacer lo mismo en beneficio de los que nos sucederán.

Todo lo anterior lo acepto y expreso no por un puro y simple idealismo ingenuo, sino porque entiendo que tiene justificaciones de peso.

Es cierto que no creo que pueda invocar certezas científicas para justificarlo, por cuanto la ciencia aún no puede contestarnos si los fenómenos del mundo, incluyendo la historia humana, son deterministas o aleatorios. Quizás nunca tendremos esa respuesta. El examen de la historia humana tiende a indicarnos que en general la civilización humana avanza, pero también ha existido épocas de retrocesos, al menos en algunos sentidos. (Los teóricos que predijeron el curso inevitable de la historia dejaron de tener vigencia con la caída del comunismo). Incluso a nivel de la psicología humana, la neurociencia y la genética, todavía ni siquiera sabemos con exactitud qué papel desempeñan los genes, el entorno, la crianza y el aprendizaje en la formación de la personalidad de cada persona. Y en la filosofía, eminentes pensadores no han podido ponerse de acuerdo con respecto al alcance del libre albedrío, ni siquiera sobre si realmente existe o no. (En muchas religiones sí es un concepto aceptado).

Si prefiero pensar que los genes no dictan el curso total de nuestra vida, que sí tenemos el libre albedrío, que el destino no está predeterminado, sino que depende en parte de nuestras propias acciones y, consecuentemente, el futuro de nuestra humanidad también depende en parte de todos nosotros, es porque lo creo así, a pesar de saber que no tengo la absoluta certeza, y porque también facilita la vida. (Sobre este último punto ya la psicología y algunos filósofos y pensadores ―como Popper― lo han entendido y expresado desde hace mucho tiempo). Hace que la vida tenga más sentido, aun en el caso hipotético de que los fenómenos del mundo fuesen realmente deterministas y cada vida estuviera predestinada. Esa creencia posibilita la esperanza, que a su vez hace necesaria el optimismo. En ausencia de una sana dosis de optimismo, la esperanza se diluye, y sin la esperanza, el optimismo no tiene razón de ser. A falta de ambos, quedaría sólo la resignación. Caeríamos como Kunta o como el animal domado. Una perspectiva demasiado sombría y triste para ser aceptada.

El espacio para la esperanza y el optimismo no debe desvanecerse.


Imagen
Moon Landscape
© Alexey Arkhipov | Dreamstime.com

4 comments:

Franziska said...

El espacio para el optimismo y la esperanza no debe desvanecerse. Alguien tiene que encontrar las soluciones: quizá ya se están buscando fuera, en alguna parte de nuestra galaxia.

Esta es la clave de toda tu reflexión. Creo que como especie hemos demostrado que, hasta ahora, terminamos saliendo de los atolladeros. Somos un grupo tan numeroso que algunos de entre nosotros, ven de pronto la luz, encuentran una solución, un modo de seguir adelante. Es curioso que esta circunstancia se produce siempre cuando hay dificultades.

Has tocado también un poco la inquietante historia de la humanidad, en los últimos sesenta años. Dices bien: la ausencia de guerras es la demostración de que, en ese período, florece y se desarrolla la Humanidad hasta un punto que asombra porque son increíbles los avances de la tecnología y la ciencia.

Sin embargo, el lado más siniestro de nuestra especie, aparece constantemente porque la avaricia humana no se sacia jamás. Y es una furia desatada en mil direcciones:
fabricación de armas, drogas, trata de mujeres y niños, la lucha por los puestos de poder, etc.

Llegamos a sentir las cadenas: son reales y nos sucede que la mayoría de nosotros no podemos liberarnos. Esa es la razón de que el mundo mire, en este momento, con tanta esperanza a un sólo hombre. Y esto no es razonable. No es un Dios es sólo un hombre.

Perdona que me extienda pero has desarrollado tantos puntos en tu post que me es difícil eludir un comentario más. Mientras, nos empeñemos en no abandonar el camino por el que transitamos. Es evidente que estamos tratando de salvar nuestro sistema. Creo que seguiremos avanzando hacia la catástrofe. Porque. nos pongamos como nos pongamos, no hay recursos en la Tierra que permitan los patrones de consumo que queremos tener. Para el año 2020: está ahí, casi a la vuelta de la esquina. En España encestaríamos disponer de una superficie tres veces y media de la que tenemos para continuar con nuestros actuales ritmos de consumo. ¿De dónde conseguiremos tales recursos?
Siento acabar en una postura tan poco optimista. En este momento, no se ve la salida. Seguimos aferrados a continuar con los mismos hábitos.

Me alegra extraordinariamente que hayas vuelto a publicar en el blog.

Saludos cordiales.

Rosa Silverio said...

Hola, YEL.

Te confieso que yo me debato entre el optimismo y el pesimismo. A ratos soy bastante optimista y me dejo llevar por mis ideales y sueños, pero a ratos veo todo oscuro y pienso en las grandes tragedias humanas.

Cada día me cuesta tener que enfrentarme a nuestra realidad, a las cosas que pasan y veo. Me resulta doloroso ser testigo de las vejaciones, injusticias y crueldades del mundo de hoy.

¿Se puede tener esperanza? Yo quiero creer que sí, pero ahora mismo, en este preciso instante de mi vida, me gustaría que algo pasara y que cambiaran algunas cosas porque me siento bastante abrumada.

Creo que las cosas no pasan porque están predeterminadas, sino que dependen de nosotros, de nuestros actos, por lo que entiendo que para que las cosas cambien todos tenemos que hacer algo, empezando por mí misma. A veces me digo que no estoy haciendo lo suficiente y tengo la sensación de que estoy sentada en mi sofá mientras el mundo se despedaza. Pero en otras ocasiones siento que estoy haciendo algo aunque no se note, aunque no produzca un cambio significativo como a mí me gustaría.

Ahora mismo me siento inconforme con muchas cosas. Ahí están mis ideales, pero de nada sirve eso si prevalece siempre la sed de poder del hombre, su ambición desmedida, su inexplicable deseo de imponerse a otros y de crear cadenas en lugar de tender puentes que nos unan.

La historia de la humanidad está plagada de grandes desastres como los que tú has citado en tu entrada y al parecer no hemos aprendido lo suficiente de todo lo sucedido. Al parecer las guerras y los genocidios se han convertido sólo en hechos históricos, no en algo de lo que podamos aprender para no repetirlo.

De todos modos, tengo que reconocer que tu entrada me ha iluminado el día y me siento más positiva, con más esperanza. Es cierto lo que dices, caer como Kunta o como un animal domado es una perspectiva demasiado sombría como para que la aceptemos.

YEL said...

Hola Franziska:

Como siempre, has tocado muy buenos puntos en tus comentarios.

Estoy de acuerdo con que el personaje del momento, el hombre-esperanza Obama, no es un Mesías ni un Dios. Pero creo que él y la mayoría de las personas que lo apoyan están perfectamente conscientes de eso. Tiene una tarea bastante difícil y de eso él y los demás están conscientes. Con sus méritos y cualidades reales, él representa una esperanza y un nuevo horizonte que tan desesperadamente faltaban. Un fracaso sería una decepción demasiado grande para el mundo en estos momentos.

El tema que señalas de la existencia limitada de los recursos en la Tierra, incapaz de satisfacer indefinidamente el hábito de consumo actual, es sin dudas muy preocupante. Algunas sociedades (China, India, etc.) marchan a un ritmo acelerado para alcanzar el mismo nivel de vida y posiblemente el mismo hábito de consumo de las sociedades desarrolladas. Si eso sucede, ¡vendría la hecatombe! Y está el tema del continuo crecimiento de la población humana.

¿Hay soluciones para eso? No puedo saber con certeza. La tecnología y la ciencia pudieran ayudarnos a ser consumidores más eficientes que gasten menos recursos. Cuando las sociedades menos desarrolladas alcancen un nivel de desarrollo alto, su índice de crecimiento poblacional tiende a estabilizarse. Pero estamos contra el tiempo.

Posiblemente algunas crisis de grandes proporciones servirían como catalizadores de cambios radicales forzados, entre los cuales pudiera posiblemente estar la modificación del hábito de consumo prevaleciente hoy día en muchas de las sociedades más afluentes e incluso en otras no tan afluentes. Por allí está latente el cambio climático. ¿Es la seria crisis financiera actual una de esas?

Abrazos.

YEL said...

Hola Rosa:

Me alegra conocer tu actitud frente a este tema y espero que pese a los contratiempos de la vida no dejes que eso cambie.

Por naturaleza genética (eso creo) no soy optimista ni tampoco me criaron para serlo. En mi caso ha sido una lucha consciente y constante. Y aunque trato, no siempre logro permanecer optimista.

Hay demasiadas cosas que uno desearía que fuesen diferentes en el mundo. En forma genérica, mi entender actual es que los cambios para bien por lo general llegan, pero la mayoría de las veces en forma paulatina, producto de un largo proceso. En nuestra breve existencia vital (tarde o temprano nos damos cuenta de que la vida humana es realmente tan corta), participamos de ese proceso y a veces tenemos la fortuna de ver los frutos de un proceso de cambio que se inició mucho antes que nuestra llegada al mundo. Otras veces los frutos no los veremos y serán las generaciones futuras las que los recibirán. Incluso en algunos casos somos simplemente personas que participamos en la imaginación —en la concepción mental— de un proceso de cambio que empezará en el futuro y no en nuestra vida.

Esos procesos graduales necesitan la participación de muchas personas, la tuya, la mía y la de tantos otros.

Abrazos Rosa, gracias por compartir. Que estés bien.

P.D.: Sobre tu deseo de que se produzca cambios de importancia en tu vida, creo que estamos una situación parecida. Es un tema para largo que bien pudiéramos tratarlo luego, ¿te parece bien?

Disculpe mi tardanza en responder, pero ya estoy de vuelta. Ya paso por tu espacio.